25ª Edición

1997

Desde el mismo instante en que triunfó la Revolución en Cuba, el uno de enero de mil novecientos cincuenta y nueve, las nuevas autoridades pusieron en marcha las disposiciones necesarias para crear el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos).

El cine cubano, que hasta entonces había tenido una vida industrial bastante pobre y nada representativa de su contexto, pasaba de esa manera a ser un medio privilegiado a través del cual transmitir al mundo, pero también a los propios habitantes de la isla, el rumbo que había tomado la nueva sociedad.
Al hilo de esa circunstancia, nació en la sede del nuevo Instituto un taller de carteles que no sólo debía servir de reclamo a la exhibición de películas, sino, lo que era más importante, para desarrollar todo un programa de educación visual de una población que, en general, había vivido bastante apartada de las corrientes artísticas contemporáneas.

La historia de ese cartelismo cinematográfico, que pronto llamaría la atención internacional, cuenta con muchos nombres destacados – Azcuy, Julioeloy, Reboiro, Ñiko, Rostgaard, o Muñoz Bachs, entre otros – y es, con sus momentos de esplendor (los años sesenta y parte de los setenta) y de incertidumbre (las dos últimas décadas), la crónica misma de un proyecto político que acabó, tanto por razones económicas como doctrinarias, viéndose abocado a un callejón de difícil salida.

Felipe Hernández Cava

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