35ª Edición

2007

La presencia de juicios en el cine clásico tiene un evidente valor dramático: ante nuestros ojos, los testimonios exponen ordenadamente una historia cuyo desenlace se decanta en función del veredicto del jurado o del juez, todo lo cual produce una especial intriga. Sin embargo, escenificar la distribución de justicia tiene también un decisivo valor simbólico: en el momento decisivo del juicio, es el carácter de toda una sociedad el que se expresa a través de sus instituciones. Por ello, el juicio no es sino que un elemento más dentro del ámbito de la Justicia, tema que vertebra el presente ciclo cinematográfico, que ha recogido algunos de los hitos fundamentales de cinematografías de todo el mundo.

Furia (Fury, 1936) es la primera película estadounidense del alemán Fritz Lang, dirigida en un momento en que la mirada sobre su país de adopción resultaba relativamente optimista, justo cuando el demócrata Franklin D. Roosevelt iniciaba un programa de regeneración nacional, como respuesta a la Gran Depresión. Furia forma parte de un cine de denuncia que en este caso cuestiona la práctica del linchamiento (seis mil casos en cuarenta años, señala un personaje), y cuyo desenlace optimista –se dice que impuesto por la Metro- denota todavía una cierta confianza en el sistema.

Continuando con el Hollywood clásico, en La costilla de Adán (Adam’s rib, 1949) George Cukor traslada a una audiencia pública la famosa “lucha de sexos” que en otras de sus películas permanecía recluida a la intimidad de la alcoba. La Ley, que para tantos representa la sensatez y el sentido común, se verá ahora cuestionada por la visceralidad del enfrentamiento entre dos abogados, marido y mujer, que defienden causas opuestas. El también matrimonio de guionistas Garson Kanin y Ruth Gordon recreaba así en clave cómica las diferencias entre hombres y mujeres.

Pero salgamos del cine clásico dominante: el éxito de Rashomon (1950) en el Festival de Venecia, donde ganó el León de Oro en 1951, supuso en su momento la apertura de Occidente al cine oriental. Aquí, el asesinato del samurai Takehiro es narrado desde cuatro puntos de vista: él mismo, su esposa, un bandido y un leñador. Este último personaje será el único elemento positivo de un argumento pesimista y trágico, donde el interrogatorio judicial desvela un egoísmo feroz.

En 1915, cinco soldados elegidos al azar fueron ejecutados por el ejército francés, acusados de insubordinación en tiempo de guerra. Stanley Kubrick dirigió este argumento en Senderos de gloria (Paths of glory, 1957), con una gran elegancia formal y una especial mordacidad que no dejó títere con cabeza. Prueba de ello es que esta película, que muestra que en el ejército también hay clases sociales, fue prohibida en España, Francia y en todas las bases militares americanas.

Seguimos ahora con otro independiente insobornable. El director francés Robert Bresson mantenía que la mejor forma de recrear la historia era tratarla como si estuviera ocurriendo en la actualidad. El proceso a Juana de Arco (Le Procès de Jeanne D’Arc, 1961) se aparta de la mayoría de las recreaciones de esta figura, para centrarse en el interior de su personaje, siguiendo concienzudamente las actas procesales del siglo XV y prescindiendo de todo adorno superficial, tan frecuente en las películas históricas, que pudiera distraer de lo fundamental.

Y terminamos con una rara joya. El proceso (Le Procés, 1962) es una de las obras que Orson Welles dirigió en su “etapa itinerante” por Europa: se trata de una coproducción franco-italo-alemana, que reúne a grandes talentos de la interpretación, europeos y estadounidenses. Con ella, Welles adaptó el mundo de Franz Kafka a una de sus obsesiones personales, también abordada en  sus adaptaciones de Shakespeare: el poder. En esta angustiosa metáfora del mundo civilizado, la vida personal se subordina a las exigencias de un sistema que siempre necesita sus víctimas.

Como se puede comprobar, esta revisión de los “grandes clásicos” del derecho en el cine se aleja de las blanduras del cine comercial actual. Antes bien, entre risas y tragedia, entre ficción y crítica, es un espejo que nos devuelve el reflejo incómodo de nuestra propia sociedad.

Javier Gurpegui Vidal

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