36ª Edición

2008

EL RÍO QUE NOS LLEVA, NOS DEVUELVE A LA VIDA

Y así Buster Keaton, después de caerle encima una casa en una tormenta, manteniéndose de pie por el quicio de la puerta, no hay duda que es El héroe del río, Charles F. Reisner en 1928, vivirá en una barcaza con Michael Simon y compañía, asistiendo a una boda y un reencuentro y deslizándose en L’Atalante, de manos de Jean Vigo, hacia nuevos horizontes que de 1934 le llevarán, nos llevarán, a dos situaciones bien diversas en 1948.

De un lado asistiremos con John Wayne, Montgomery Clift y Howard Hawks, a la conducción del ganado, bordeando, pasando el Río Rojo, asimilando enseñanzas, aprendiendo a vivir, para terminar encontrándonos con la bella y erótica presencia de Silvana Mangano, guiada por Giuseppe De Santis, con ese Arroz amargo que alimenta algo más que los cuerpos, y es sustancia de la que formamos parte.

Y cuatro años después, en 1952, John Huston, nos invita a compartir experiencias con Humphrey Bogart y Katherine Hepburn, a bordo de La Reina de África, por los ríos caudalosos y torturados del continente negro que, de una forma u otra, nos abocarán, un año después, a las tumultuosas, atormentadas y atronadoras cataratas que Marilyn Monroe y Joseph Cotten, de la mano de Henry Hataway, nos ponen delante, como diciéndonos que la vida es amarga y dudosa: Niágara.

Como parece razonable, eso nos mete en La noche del cazador, donde el Charles Laughton de 1955, de acuerdo con Robert Mitchum, pretenden que la vida no tenga remedio; salvo que allí está Lillian Gish para que sepamos que todo río conduce al conocimiento, el ejemplo son los niños que le llegan, y esa esperanza está en todos y cada uno, quedando a salvo cuando al olvido le conjuran, contundentes, el recuerdo y la memoria.

Por eso, el río que nos lleva nos devuelve a la vida.

Carlos Losada

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