36ª Edición
2008
“Death is the veil that those who live call life. They sleep and it is lifted”
P.B. Shelley, Prometheus Unbound.
La anterior frase es el epitafio que aparece en la base de una lápida en un cementerio en Atenas, Grecia. El resto de la lápida es plana, austera. Sólo en su parte alta está grabada con el nombre de quien yace bajo ella y las fechas de nacimiento y muerte:
Humphrey Jennings. Born Walberswick, Suffolk. 19-8-1907. Died Poros 24-9-1950.
En Grecia. Uno de los lugares por excelencia del movimiento romántico inglés. Allí fue a morir también Jennings, donde antes lo hubiera hecho Lord Byron. Pero el cineasta británico encontró su final debido a un accidente mientras buscaba localizaciones para la película que preparaba por entonces, The Good Life, perteneciente a un conjunto de obras acerca de la salud y los servicios sanitarios que desde Europa se quería hacer llegar a los Estados Unidos para mostrar cómo el dinero del llamado plan Marshall estaba siendo bien utilizado y dando sus frutos; también con el fin de comenzar a trazar un idea de un continente que se levanta y que, de una manera u otra, comienza a estar unido tras las heridas que la guerra ha dejado. Al igual que, por ejemplo, Jean Rouch, la muerte de Jennings estuvo muy relacionada con su labor de documentalista. Un hombre que había documentado y sufrido toda una guerra de manera directa, encontró su final en tiempos de paz, cuando intentaba aportar su mirada a la reconstrucción de Europa. Aquella mañana subió a un ferry que le llevaría de Atenas a la isla de Poros. Un trayecto que puede visualizarse, o documentarse, casi como una imagen mitológica. No regresó con vida, pero tras de sí dejó una treinta de películas. Una gran huella.
Jennings murió con cuarenta y tres años y acabaría entrando por derecho propio en el terreno de los directores casi legendarios. Con el paso de los años su figura ha sido reivindicada, cada vez más. Su legado cinematográfico, sobre todo en el terreno documental, habla por sí mismo; ha creado escuela, admiradores y seguidores. Sin embargo, en el momento de su muerte pesaba sobre su nombre cierto olvido, y eso que tras la guerra había seguido dirigiendo. Pero había perdido peso, importancia, un cierto lugar. Fuera de sus frontera era incluso más reconocido que en su propio país. Aunque era respetado por sus compañeros de profesión, el país parecía querer olvidar pronto lo que habían visto, tanto de manera directa como a través del cine, quizá por eso sus películas comenzaron a quedarse desplazadas, como si así se pudiera borrar de alguna manera esos fragmentos de dolor y sufrimiento que la guerra había supuesto. También porque Jennings basó su vida profesional fuera del glamour y la publicidad que el cine parece generar; tras la guerra, la industria cinematográfica británica intentó tomar una nueva forma, renovar su sistema, darle ese glamour del que Jennings carecía. Como profesional siempre trabajó sobre unos temas y unos intereses que le dieron renombre durante unos años muy concretos. Luego parecía sobrar. Se olvida pronto. Se tarda en recuperar. Pero se acaba haciendo. De ahí que el nombre de Humphrey Jennings posea ya un lugar preciso en la historia del cine. El que se merece alguien que luchó con su cámara de cine para poder captar una realidad que ayudara al espectador a no sentirse sólo. Mostrarle aquello que acontecía a su alrededor para que así encontrara un espejo en el que mirarse y saber que seguía vivo. Porque estaba viendo una película donde la realidad se transformaba en ocasiones en poesía pero siempre sin perder en momento alguno ese referente que es el encuentro con lo real al que Jennings siempre tuvo tanto apego.
Hilario J. Rodríguez