30ª Edición

2002

No sé si Fernando Timossi, el joven realizador de Sonata para Arcadio y Blue Moon, recordará con claridad aquella conversación donde, por primera vez, habló en Huesca sobre la posibilidad de diseñar una muestra del cine cubano alternativo. Sea donde haya sido, el resultado de este desvelo está ahora aquí: lo que se ofrece a la consideración del espectador oscense, forma parte también del patrimonio audiovisual de la misma isla que ha entregado clásicos al estilo de Memorias del subdesarrollo o Lucía, aún cuando historiadores y críticos no le hayan concedido la misma atención que a la producción oficial, entendida esta como la que auspicia el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC).

El ciclo Rehenes de la sombra, más que promover expectativas estéticas desmesuradas alrededor de una producción con características bien específicas (costos de producción ínfimos, en primer lugar, o soporte de filmación en ocasiones no profesional), lo que persigue es asignar un espacio a esa otra manera de concebirse el audiovisual en Cuba. De esta forma, estaríamos contribuyendo a ampliar ese concepto de cine cubano que, hasta el momento, ha predominado en los estudios historiográficos, y que apenas toma en cuenta lo más relevante de la producción del ICAIC, pero no así lo que en otras ocasiones hemos llamado “cine cubano sumergido”.

La muestra es breve, pero intenta ser representativa de la diversidad de centros productores de audiovisual existentes en Cuba (Taller de Cine de la Asociación Hermanos Saíz; Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños; Telecentros provinciales; Televisión Serrana, cine clubes de creación, entre otros), y sobre todo, pretende devenir un muestrario conciso de los disímiles estilos e intereses que conviven en la periferia del cine más oficial: estilos que irían desde el posmoderneizante ejercicio de un Juan Carlos Cremata (Oscuros rinocerontes enjaulados; La Época, El Encanto y Fin de Siglo), ya integrado a la industria a través de Nada, hasta los reiterados “excesos” de un Jorge Molina (Molina’s Culpa; Molina’s Test) que hace de su cinefilia y deseos de transgredir, el verdadero fin de la narración.
Es posible advertir un denominador común en el conjunto de las obras que se presentarán, aún cuando la exposición, el enunciado y los temas resulten diversos entre sí, y es el deseo de dejar a un lado las maneras más fáciles de apresar y expresar “la realidad” cubana. Quizás todo empezó en los ochenta, cuando cineastas como Tomás Piard (En la noche) o Jorge Luis Sánchez (Un pedazo de mí), entre otros, se plantearon superar esa manera más bien trasnochada de aproximarse a los problemas de su tiempo: los novísimos igual intentan descolocarse de ese grupo de inquietudes uniformes, complacientes o evasivas, aunque igual pudieran pensarse que más bien pretenden remover las estrategias de recepción al uso en el espectador del cine cubano, tan habituado como está a los grandes relatos épicos, la solemnidad de las situaciones y el trascendentalismo de no pocos de sus diálogos.

Estas imágenes que ahora se agrupan, que todavía no conforman un corpus estético coherente, pero que hacen de la trasgresión una suerte de meta común, pueden ser premonitorias de la nueva edad del audiovisual en Cuba. Cierto que ahora mismo viven a la sombra de ese otro cine aplaudido por todos, pero la vivacidad con que se adentran en el reflejo de nuestra época (una época de desborda como concepto cualquier reducción de espacio o intereses), seguramente las impondrán en el devenir. O por lo menos, como parte también imprescindibles de nuestro devenir.

Juan Antonio García Borrero

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