25ª Edición
1997
El modo como un artista logra elaborar una obra rica en significados, en la que una sociedad y un tiempo pueden verse reflejados tiene siempre algo de misterioso e inexplicable. Más todavía cuando pertenece a sociedades en desarrollo, en las que dedicarse a las letras o las artes, y perseverar en ellas, es algo infinitamente complejo, casi privilegiado.
En poco más de veinte años de cineasta, Francisco Lombardi ha llegado a elaborar una galería de personajes que, ya sea a partir de historias propias o adaptaciones, ha podido siempre sintonizar con una manera de ser y percibir la sociedad peruana que le ha permitido pasar de lo particular a lo universal, de ahí la aceptación que su obra ha encontrado en los más diversos países del mundo y los elogios que ha cosechado.
No es el suyo un caso de genialidad. En Lombardi estamos ante el artista que, poco a poco, por un complejo método de aprendizaje y error, va haciendo suyas parcelas cada vez más amplias de su sociedad, encarnadas en personajes de vida difícil, “mal en su piel” e insatisfechos, en los que proyecta pequeñas obsesiones personales y un enfrentarse al mundo y a los otros como estorbos en el camino a una precaria felicidad muy rara vez alcanzada, y a un precio que implica pactos y acomodos.
El Perú de los últimos veinte años, aquellos que coinciden con los ocho largometrajes y medio que conforman la obra del cineasta tacteño, ha sido el país de todas las plagas. Y ellas pueden encontrarse sin mayor esfuerzo en sus películas: la violencia terrorista y contraterrorista, el desprecio a los derechos humanos, la pérdida de rumbo de una sociedad erosionada por la crisis moral y económica.
Pero el cine de Lombardi no afronta tal situación en abstracto. Lo hace a partir de personajes y de historias cuya concreción en lo particular gana la adhesión del espectador, que es seducido por esa mirada atenta y escrutadora que hace de cada una de sus películas un viaje hacia lo irremediable que pasa a través de ritos de iniciación que implican amor y muerte.
El Premio Ciudad de Huesca que se le acaba de conferir, el primero que se le otorga por el conjunto de una obra atractiva y sólida como pocas en el ámbito iberoamericano, encuentra al cineasta en un momento de excepcional madurez creativa, sin duda oportuno para hacer cuentas y cobrar ánimos para continuar en una carrera que enfrenta con riesgo y exigencia que quienes lo apreciamos desde hace mucho no podemos dejar de valorar.
NOTA: Federico de Cárdenas, periodista y crítico de cine limeño, es jefe de la sección editorial y editor cultural del diario La República. Miembro fundador de la revista peruana Hablemos de Cine (1965-1986), es actualmente redactor de La Gran Ilusión, revista de cine publicada por la facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Lima. Ha colaborado en temas de su especialidad en revistas de Francia, España, Uruguay, México y Cuba.
Federico de Cárdenas