12ª Edición
1984
Érase una vez un niño salvaje que sin tirar sobre el pianista, y siendo amigo de Jules y Jim, pudo coger el último metro para llegar a la noche americana, llena de besos robados, de novias vestidas de negro, y donde encontró a la sirena del Misissippi, que tenía la piel suave y su domicilio conyugal en Farenheit 451, junto con las dos inglesas y el amor.
Escribiendo el diario íntimo de Adele H., logró que el amante del amor se recuperase de los cuatrocientos golpes, para conseguir que una historia de agua fuese el próogo de encuentros en la tercera fase: el hombre de la habitación verde que escribió el cine según Hitchcock, el que pensaba que las películas son más armoniosas que la vida.
En el fondo, y en la forma, los pequeños salvajes son golfillo de piel dura, a la espera de que el amor a los 20 años les lleve, vivamente el domingo, a una muerte inesperada, auténtica, dolorosa, y con fondo musical de Mozart y Vivaldi: el humo de la estancia era de “gitanes” y la mirada tímida y transparente; las manos presagiaban la sensibilidad, y el aura era burguesa, crispada y rebelde.
Carlos Losada