35ª Edición

2007

CALANDA, HACE 40 AÑOS

Hace cuarenta años vine a Calanda para hacer un documental sobre el pueblo donde había nacido toda mi familia. Era un pueblo pequeño de agricultores: olivas y melocotones. Los mejores del mundo, como decían ellos. Las calles no estaban pavimentadas, había un par de cafés en el centro. Durante el día, el pueblo se quedaba vacío. Los habitantes trabajaban los campos. Reinaba una gran calma. Sin embargo, una vez al año, durante la Semana Santa, pasaba un evento que transformaba al pueblo en un lugar único que le hizo famoso en el mundo entero.

 

Solamente en Google hay más de 10 páginas dedicadas al pueblo. Se trata del ritual de los tambores de Calanda, donde la gran mayoría de la población toca tambores de todos los tamaños durante 24 horas sin parar. Hombres, mujeres, niños y visitantes acompañan e improvisan complicados ritmos tradicionales.  Evidentemente, se trataba de un evento fascinante para filmar y hacer un documental. Y nunca se había visto fuera de esta región. La película tuvo un gran éxito en el resto de Europa y ganó bastantes premios en los diferentes festivales: Tours, Londres, Nueva York, etc. Sigue habiendo un gran interés en el documental, ya que continúa acudiendo a festivales a través del mundo entero, como los de Quito, Helsinki, Riga, etc.

Este pasado verano, hice un viaje por Aragón y decidí darme una vuelta por la tierra de mis antepasados, y especialmente por Calanda. Desde mi filmación, hace ya 40 años, el mundo casi ha doblado en población…incluida la de Calanda.  Desde la entrada al pueblo, el cambio es obvio. Calles pavimentadas, edificios nuevos y modernos. Muchos más cafés y restaurantes. Y desde las afueras del pueblo, se pueden ver diferentes industrias: fábricas de yeso, de loza y un edificio ultra moderno para la fabricación del aceite de oliva. Los terrenos que rodean Calanda, que antes tenían un aspecto lunar, ahora están verdes con campos de maíz que se extienden por toda la región. La población, que antes estaba compuesta en su mayoría por gente del pueblo, y algún forastero de la región, ahora tiene trabajadores de Marruecos y Transilvania.

Como por toda Europa. Este pueblo ya ha entrado en el Siglo XXI. Al pasearme por unas calles con árboles cuyas hojas daban una sombra agradable en este verano caluroso, pensé en mi antigua película. El negativo estaba ya en mal estado, aunque había una copia que le había regalado al pueblo. ¿Y por qué no hacer una nueva película y llamarla Calanda: 40 años después? Podría regresar con el mismo operador, Jacques Renoir, con mi gran amigo Christian Garnier que ha sido mi operador durante años y mi hijo Diego que es cámara-reportero de guerra en Francia, para mostrar los grandes cambios que han sucedido aquí. Podría hablar con la gente y yo mismo haría comentarios sobre lo que me atrae hoy en día. Enseñaría las viejas calles de mi antiguo documental haciendo yuxtaposiciones con las de hoy día. Daría con los que en el primer documental tenían solo 10 años y que hoy día andarán por los cincuentena. Les preguntaría lo que piensan de todo lo que ha pasado.Tomaría vistas del pueblo lunar que filmé hace 40 años y haría comparaciones con las tomas de hoy. Pero lo más importante de todo, filmaría, durante el Viernes Santo la rompida de la Hora de la nueva juventud y con los que antes era jóvenes, con ritmos mucho más acelerados, tocando sobre tambores fabricados con materiales modernos que no existían hace 40 años.

Mi intención es proyectar la evolución humana a través de cuarenta años en la vida de un pequeño pueblo aislado. De transmitir la alucinante progresión que ha habido en el mundo, que hasta en un pequeño pueblo remoto, donde se haya podido guardar un ritual tan hondo durante tantos siglos, se vea afectado hoy día por esta globalización invasora. Es un cambio con el que no hay vuelta atrás.

Como me dijo mi padre hace años, “Ahora me han puesto una calle porque soy famoso. Antes me hubieran fusilado!” Todo ha cambiado.

Juan Luis Buñuel

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