33ª Edición

2005

La caída del comunismo parece habernos servido como excusa para torcer la mirada hacia otra parte y fingir que no sabemos qué ocurre en estos momentos en el Este de Europa, sólo así se entiende que aún desconozcamos la obra de Béla Tarr, seguramente el mejor director que hay en activo en el continente. Quizás no esperamos demasiado de países donde el desempleo es elevado y donde todo da la sensación de estar al borde del colapso, como nos recuerda Werckmeister harmóniák (2000) cuando los parados que se reúnen en la plaza de un remoto pueblo irrumpen finalmente en un hospital, saqueándolo y golpeando a los pacientes. Nos resulta más fácil observar los modelos sociales que proponen los films estadounidenses, porque no nos hacen pensar, instalándonos en un mundo semejante al nuestro o idéntico al mundo en el que nos gustaría vivir. Si un film no muestra salud y opulencia, cercanía o familiaridad, es difícil saber dónde meterlo. Por eso ignorábamos que Béla Tarr ha dirigido algunas de las obras maestras indiscutibles de la década de los noventa. Nada de esto sería muy grave si no fuese porque, además de poner de relieve nuestra ignorancia cinematográfica, en realidad desvela nuestra escaso interés hacia aquellos países que han necesitado un profundo reajuste social hasta conseguir sacar su cultura fuera de sus fronteras o hasta encontrar equilibrio entre las diferentes etnias, razas o religiones que los habitan. También explica cómo se produjo la limpieza étnica de los Balcanes, mientras el mundo entero se cruzaba de brazos o se conformaba con enviar muchachos para hacer el servicio militar como cascos azules, cerca de zonas abatidas por el desastre sin que nadie interviniese para otra cosa que no fuese controlar el tráfico o la distribución de alimentos.

Durante los años en los que el Telón de Acero se mantuvo firme, dividiendo el mundo, nuestro conocimiento del cine húngaro era mayor que el que tenemos hoy en día. Una auténtica paradoja. Antes queríamos observar a nuestros enemigos y  ahora ni siquiera nos preocupamos por la suerte de nuestros nuevos aliados, de nuestros nuevos amigos. Béla Tarr, sin embargo, nos propone a lo largo de su obra una consideración sobre las penurias que trajo consigo el régimen comunista y sobre las penurias que implica el capitalismo en estos momentos. Sus primeros films, en especial Panelkapscolat (1982), nos describen las limitaciones del espacio en las que vivían los húngaros, hacinados en pequeños apartamentos donde a menudo una familia entera dormía, cocinaba e incluso hacía sus necesidades fisiológicas en una sola habitación. Había una carencia absoluta de intimidad, eso explica el tono crispado de las imágenes, los primeros planos que encierran a sus personajes, provocando continuos conflictos. De algún modo, las características del modo de vida bajo el régimen comunista se pueden ver reflejadas en las características del cine producido por aquel entonces. La penuria social no suele permitir mucho margen de acción para que la metafísica entre en juego, eso explica que Béla Tarr tardase en encontrar su verdadero estilo y que tuviese continuos problemas por culpa de los argumentos propuestos al comienzo de su carrera, en los que no dejaba mucho margen para la esperanza, insistiendo a menudo en que la única solución para los húngaros era marcharse, irse lejos, a un país distinto donde dejasen de ser lo que eran.

Gracias a una producción televisiva que hizo de Macbeth y al encuentro con el escritor László Krasznahorkai, Béla Tarr aprendió a sintetizar sus planteamientos cinematográficos y liberó a sus personajes de sus films de las miserias sociales que les perseguían. Fue así como se desarrolló su auténtico estilo, a partir de Öszi almanach (1985). Los primeros planos se transformaron en planos generales, las tomas cortas se alargaron, el montaje dio paso a interminables movimientos de cámara dignos de un coreógrafo y la angustia física se convirtió en una angustia metafísica. En adelante, el Estado dejó de proporcionarle quebraderos de cabeza a los ciudadanos, pero a cambio éstos sacaron a la luz sus peores instintos, para dejar claro que la maldición europea no fue el comunismo sino algo todavía peor, algo relacionado con el Mal intrínseco al ser humano, con su tendencia a destruir, a deambular sin rumbo ni sentido.

Kárhozat (1987) puede considerarse el comienzo de una segunda etapa en la carrera de Béla Tarr, que culmina siete años más tarde con Sátántangó (1994) y que continúa hasta el plano de seis minutos realizado para el film colectivo Visions of Europe (2004), en el que varios mendigos hacen cola a la entrada de una panadería. Según Béla Tarr, seguimos siendo pobres porque en el fondo la policía y la naturaleza son las mismas en todas partes y porque seguimos careciendo de armonía. Luchamos siempre contra enemigos a los que nos es imposible vencer. Al caerse el régimen comunista, la gente salió de una penuria para instalarse en otra. El colapso de una ideología ha puesto de manifiesto la degradación moral del capitalismo. Cuatro personajes conspiran entre sí en Öszi almanach, encerrados en un piso donde una cantidad de dinero les hace bailar al son de una música diabólica, la misma que luego mueve a los campesinos de Kárhozat, a los desempleados de Werckmeister harmóniák o a los mendigos de Visions of Europe. La decadencia ideológica conlleva una decadencia moral. Hemos dejado de creer en los poderes que nos sometían con anterioridad y de pronto nos hemos dado cuenta de que somos prisioneros de nosotros mismos, de nuestras debilidades, de nuestra soledad, que, como muestran los últimos films de Béla Tarr, ahora es cósmica, porque da igual hacia donde vayamos o qué hagamos. Como en una obra de Samuel Beckett, los habitantes de este universo cinematográfico esperan inútilmente, porque han perdido la fe y porque han recuperado una libertad que no les sirve para nada.

El Festival de Huesca, atento al cine que mejor nos define y que más puede contribuir a nuestro conocimiento del mundo donde vivimos, ha decidido organizar una retrospectiva de la obra de Béla Tarr, la primera que se hace en España. Algo así puede considerarse un acontecimiento, pues nos permitirá comprobar la evolución del cineasta y las implicaciones que tienen sus últimas obras con respecto al porvenir de Europa.

Hilario J. Rodríguez

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