Amparo López Pascual
35ª Edición
2007
Leo tan deprisa como puedo, pero los subtítulos desaparecen sin esperarme, vuelan y pierdo las palabras. Soy más lento según envejezco.
Con Vidal siempre tengo que ir a las versiones originales y me pongo nervioso porque las frases parecen telegramas veloces sobre la pantalla y yo voy a la carrera con estos ojos cansados que tropiezan tanto. Intento leer y al tiempo pensar en lo que estoy leyendo mientras interpreto la cara de los que hablan, los ojos, las calles y el paisaje, los cuadros de las paredes. Imposible. Al final me voy sabiendo lo que se han dicho pero sin ver lo que ha pasado, la ciudad, los rostros, las lágrimas. Como si sólo fuera importante lo que se dice y no todo lo que hay que ver, como si hubiera venido a este cuarto oscuro a leer un libro. Me da vergüenza decir que prefiero las películas dobladas, pero es así, me gusta la voz de mi propia lengua, su familiar entonación, y poder mirar a la cara de los que hablan, mientras hablan, no abajo, a las blancas palabras intermitentes que a veces tienen que adivinarse entre las cabezas. Me gusta el engaño de una voz sobre otra boca. Pero con Vidal no puedo, no hay otro remedio.
Menos mal que para compensar los huecos que dejan las palabras, está la música.
y cuando el protagonista pronuncia algo que no termino de leer porque dos cabezas delante de mí se han unido para besarse justo en medio, resplandece el primer movimiento de Elgar, violonchelo abajo. La mujer a la que habla no dice nada, sólo mira largamente a un lugar que no son los ojos de él. Así que comprendo que se están despidiendo para siempre. El hombre se aleja y el violonchelo le sigue, insistente, convirtiendo los escaparates en espejos, la gente que pasa, en ruido, la ciudad en un cementerio, y sólo importa la tristeza especializada de las manos de du Pré, para conocer la verdad exacta: ese hombre jamás volverá a mirar a los ojos que se han quedado en otra parte.
Las voces ajustadas del doblaje son un secreto y no se revelan; los créditos musicales sí, pero esperan hasta el último momento, como todas las cosas importantes. Vidal será de los pocos que salgan del cine sin saber exactamente todo lo que ha pasado, por mucho que haya leído, y me preguntará con sus manos qué sentido tiene esto y lo otro y por qué aquella mirada tan larga en ella. Y yo, modulando bien mis palabras para que pueda leerme los labios, le diré simplemente: para dar tiempo a la música.