Zebina Gerra Peña
44ª Edición
2016
Sandra, más conocida en el mundillo como Sandy, había salida en las películas más taquilleras del país, había trabajado con los mejores directores y se había codeado con las estrellas más populares. Pero lo cierto es que nadie la conocía, ni por Sandy, ni por Sandra, ni por nada. Y es que ella era una figurante.
Ahora está al fondo de un restaurante de lujo sentada frente a Alberto, otro figurante. El plano lo protagonizan Penélope y Antonio. Es una escena complicada, llena de tristeza contenida, verdades a medias y, finalmente, ira descontrolada. Sin embargo, Sandy sólo tiene que fingir que está teniendo una primera cita muy divertida con Alberto. Ríen, sonríen y hablan sin emitir sonido alguno. Alberto le acaricia la mano sobre la mesa y, cuando lo hace, a Sandy le da un escalofrío que le recorre el cuerpo entero. Alberto tiene unos ojos oscuros y profundos, su mano es cálida y suave y su sonrisa auténtica. Su belleza no puede compararse con la de los actores con frase, claro, pero es visiblemente el figurante más guapo que Sandy haya visto nunca. Beben de sus copas, asienten concentrados en los labios del otro, se miran a los ojos, embelesados. La química es perfecta. Están interpretando la escena más dulce y tierna que se haya visto nunca en el cine. Solo que está muy desenfocada y nadie reparará en ella jamás.
El director anuncia el corte y comienza el barullo entre el equipo. Los ayudantes de Penélope y Antonio se los llevan, el director da indicaciones y Sandy reúne el valor para hablar con Alberto. Esta vez tiene la intención de mantener una conversación de verdad, con palabras de verdad y sonido de verdad. Pero Alberto, sin mediar palabra alguna, se acerca a la mesa del catering a zamparse un donut.
Sandy, desencantada, acepta que la escena era fingida, otra actuación más en su carrera. Ella aun no lo sabe, pero este no es el final. Porque mañana saldrá de fondo en la escena de la discoteca. Y allí bailará con Pablo, claramente el figurante más guapo que Sandy haya visto nunca. Sandra, más conocida en el mundillo como Sandy, había salida en las películas más taquilleras del país, había trabajado con los mejores directores y se había codeado con las estrellas más populares. Pero lo cierto es que nadie la conocía, ni por Sandy, ni por Sandra, ni por nada. Y es que ella era una figurante.
Ahora está al fondo de un restaurante de lujo sentada frente a Alberto, otro figurante. El plano lo protagonizan Penélope y Antonio. Es una escena complicada, llena de tristeza contenida, verdades a medias y, finalmente, ira descontrolada. Sin embargo, Sandy sólo tiene que fingir que está teniendo una primera cita muy divertida con Alberto. Ríen, sonríen y hablan sin emitir sonido alguno. Alberto le acaricia la mano sobre la mesa y, cuando lo hace, a Sandy le da un escalofrío que le recorre el cuerpo entero. Alberto tiene unos ojos oscuros y profundos, su mano es cálida y suave y su sonrisa auténtica. Su belleza no puede compararse con la de los actores con frase, claro, pero es visiblemente el figurante más guapo que Sandy haya visto nunca. Beben de sus copas, asienten concentrados en los labios del otro, se miran a los ojos, embelesados. La química es perfecta. Están interpretando la escena más dulce y tierna que se haya visto nunca en el cine. Solo que está muy desenfocada y nadie reparará en ella jamás.
El director anuncia el corte y comienza el barullo entre el equipo. Los ayudantes de Penélope y Antonio se los llevan, el director da indicaciones y Sandy reúne el valor para hablar con Alberto. Esta vez tiene la intención de mantener una conversación de verdad, con palabras de verdad y sonido de verdad. Pero Alberto, sin mediar palabra alguna, se acerca a la mesa del catering a zamparse un donut.
Sandy, desencantada, acepta que la escena era fingida, otra actuación más en su carrera. Ella aun no lo sabe, pero este no es el final. Porque mañana saldrá de fondo en la escena de la discoteca. Y allí bailará con Pablo, claramente el figurante más guapo que Sandy haya visto nunca.