Miguel Ángel Ortega

30ª Edición

2002

Hola, Rick:

Después de la guerra tuve una hija. Cuando una se casa ocurren cosas así. Se llama Laura y se marchó ayer. la despedí a la puerta de un taxi. Me dijo que necesitaba realizarse y sentirse libre: hay engaños que se heredan como el color de los ojos. Así que me he quedado sola. Por eso te escribo. La primera carta después de un cuarto de siglo.

Recuerdo que en aquella oca­sión, aunque no lo hice, pensaba escribirte para hablar de los hijos que me hubiese gustado tener contigo. Ahora, ya ves: he empezado con los que tuve con otro. En fin.

Cuando el taxi que se llevaba a Laura desapareció, volví a casa, me arreglé despacio y me fui al café Orleáns. Hace tiempo que lo frecuento. Desde que leí en el periódico que hablan contratado a Sam. Otra paradoja. Todo el mundo ha visto cómo a ti te escatimaba la canción y ahora todas las noches, a eso de las once, se hace un silencio de iglesia y el viejo desgrana los acordes con el esmero de un conjuro del que depen­diese su alma: you must remenber this / a kiss is still a kiss, a sigh is just a sigh…, ¿te acuerdas?

Me acerqué y le dije que me había quedado sola, así que ya podía decírmelo. ¿Estás segura?, me pre­guntó, con las pupilas en las puntas de sus dedos, mientras acari­ciaba el piano. No me queda nadie, le contesté, como si fuese una consigna con la que abrir el mismísimo cielo.
¿Y él? Quizás Sam pensaba que iba a allí a escondidas, así que sonreí y le conté que Víktor amaba tanto la libertad que cuando dejó de combatir para lograrla decidió marcharse con ella. Se llamaba Susan y tenia un rostro precioso, todavía sin desgastar. Le informé con desazón.

El caso es que Rick lo sabía, dijo, como si hubieses estado en el secreto de lo que iba a ser mi vida. Después sacó de un pliegue remoto de su cartera un papel quebradizo. Lo desdoblé con esme­ro y tu perfume de almizcle llenó la atmósfera del Orleáns mientras escuchaba cómo tu letra me susurraba al oído. Algún día leerás esto -me decías-. Será en la víspera de nuestra próxima cita. Entonces ya sabrás que no era Víktor sino yo quien te amaba de verdad. Si te dejé marchar fue porque, en el fondo, eso era lo que querías. Creías que tu vida estaba a su lado y no junto a un tipo tan de poco fiar como yo. Una lágrima que no tenia permiso para exis­tir se escurrió hasta el papel y cayó con un ruido profunda cuyo eco resonó en mis adentros igual que una gota de agua que se pre­cipitase en una cueva infinita y vacía. Y es que así -vacía- quedé de pronto y para siempre cuando Sam me dijo que llevas quince años muerto. En las últimas horas he pensado varias veces no escribir­te, pero finalmente me he dicho que las visitas deben anunciarse, aunque Laura diga que eso son cosas de viejos. Y es que, como me parece que sería descortés defraudarte otra vez, debo hacer que el día de ayer haya sido la víspera de nuestra próxima cita.

Te quiere,

Lisa

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