Premio CIUDAD DE HUESCA

22ª Edición

1994

Cuando Imanol Uribe comienza a preparar una nueva película entra en un estado de trance. Sus nervios habituales se multiplican. Habla más fuerte y con menos pausas. Deja de beber, de comer tanto, y dice que también de fumar, aunque lo sigue haciendo de forma crispada y sin darse demasiada cuenta.

Cuando te habla (a casi gritos, como digo), se habla también a sí mismo. Y naturalmente lo hace de esa película que entreve y sueña, y que en ese momento completa toda su vida. Cada plano, cada diálogo, cada avance en el reparto le sorprende y le estimula. Y le preocupa. Es tan extraordinariamente firme como inseguro. Tan simple en algunos aspectos como complejo y abigarrado en otros… En ese trance, Imanol Uribe se engrandece como autor y te deja vislumbrar los duros y misteriosos procesos de la creación. Sus afirmaciones son preguntas disimuladas y, paradójicamente, sus aparentes dudas sólo sistemas de mostrar seguridad.

Porque lo que le distingue en este proceso que muestra sin pudor ante sus amigos, es que también es ferozmente autocrítico. Antes y después de cada película, Uribe está abierto al comentario y a la crítica… que casi siempre llegan tarde. El ha sido el primero en intuir la debilidad o el error.

Por eso, cuando acaba la fimación y sus películas y se estrenan (frecuentemente con gran éxito), a los amigos nos da pena que hayan concluido también los prolegómenos de su trabajo, el espectáculo al que generosamente nos ha convocado, dejándonos espiar las alegrías y los sufrimientos de un autor tan vital, intenso y lúcido. Ya sólo nos queda esperar a que los lamentables procesos comerciales del cine español le animen a iniciar otra aventura.

Diego Galán

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