Premio Especial 25 Edición

25ª Edición

1997

Nacida en 1943 en Polonia, durante el frío invernal de la Navidad, Hanna Schygulla pertenece a una generación que quiso cambiar el teatro, cambiar el cine, cambiar la literatura, cambiar la pintura… pero sobre todo, quiso cambiar el mundo. O sea, que vivió profundamente la segunda mitad de los años sesenta – el mayo francés- y los primeros años setenta: es decir, que fue feliz y desgraciada soñando en tantos sueños colectivos que después se llevó el viento. Llegó al cine a través del teatro, del Teatro de Acción y del Antiteatro, que animaba, dirigía, trabajaba, investigaba e inventaba Rainer Werner Fassbinder, en aquel tiempo en el que todavía perduraban algunos viejos mitos del cine y los nuevos tenían pocas posibilidades de llegar a serlo en la misma medida, pues el cine en Europa había pasado a considerarse una cosa demasiado seria y las estrellas eran los directores, los autores.

La vida cinematográfica de Hanna Schygulla coincidió justamente cuando los cineastas jóvenes deseaban replantearse todo, entre la admiración por el pasado y el afán de crear algo nuevo: Eso fue el Nuevo Cine Alemán, al igual que lo era el Free Cinema inglés, la Nouvelle Vague francesa o el Cinema Novo italiano. Llegada al cine en ese tiempo, Hanna Schygulla estaba condenada a convertirse en una de sus musas, en uno de sus mitos, justo cuando se trataba de todo lo contrario, de hacer caer diosas y dioses, cuando se reflejaban más en la pantalla los temas y los personajes de las fábricas y los barrios que los sueños y las entelequias.

En ese ambiente se movió siempre tras la piel de sus personajes, reales, sacados de la calle, comprometidos y comprometedores, bien distintos a esas hermosas mentiras que el séptimo arte nos ha ofrecido a través de muchas de sus estrellas. A lo largo de una serie de papeles, que no siempre eran estelares, Hanna Schygulla creó su propia imagen, y a través de su mirada, de su peculiar manera de estar en escena y en el mundo, de su apasionamiento polaco por sus propios personajes y su germano distanciamiento de sus circunstancias, pronto se convirtió en un nombre importante, en una referencia artística y cinematográfica, en uno de esos pocos casos de la época en los que el actor, o la actriz, no se limitaba a ser un medio humano artístico a manejar por quienes la dirigían, fuese Fassbinder, Straub, Scola, Godard, Wenders, Wajda, Saura, Von Trotta o Branagh…, sino que se transformaba en el punto de mira, en la actriz capaz de transmitir, por si misma, una buena parte del significado y del contenido de sus personajes, hasta el punto de que películas como Las amargas lágrimas de Petra Von Kant (1972), El Matrimonio de María Braun (1979) o Lili Marlen (1980), las tres de Fassbinder, así como otras de los autores mencionados, no serían las mismas sin la presencia de Hanna Schygulla en la pantalla, capaz de modelar y enriquecer esos personajes como pocas actrices de hoy lo han conseguido. Y muy especialmente esa bella Historia de Piera, dirigida por Marco Ferreri en 1982, que le valió el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes de 1983.

Nadie mejor que ella para recibir el premio especial del Festival de Cine de Huesca en su 25 edición, a una de las mejores actrices europeas de este último cuarto de siglo.

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