Premio LUIS BUÑUEL
42ª Edición
2014
Cuenca (1958), la primera película significativa de Carlos Saura (Huesca, 1932), se trata de un mediometraje que, bajo la apariencia de documental de encargo, en pleno franquismo, se siente heredero de Luis Buñuel. Poco más tarde, ya desde la ficción, Los golfos (1960), descendiente de una fecunda novelística española de realismo social, mantendría este impulso documental que habría de acompañar hasta ahora la obra del cineasta. Con la decisiva La caza (1966), su compromiso con la realidad irá adquiriendo tintes fabulísticos, con argumentos casi siempre familiares, que se verán reforzados en los siguientes años, con Peppermint Frappé (1967), La prima Angélica (1974) o Cría cuervos (1976), hasta la ignorada Dulces horas (1982). Entretanto, en esta primera etapa, Carlos Saura ha sido cabeza visible de lo que se conoció como Nuevo Cine Español, ambigua maniobra de un ministerio de cultura que buscaba una imagen de modernidad para la dictadura, pero que también fue el marco en el que se consolida su fecunda relación de 14 largometrajes con el productor Elías Querejeta.
Ya finalizada la transición política, sin romper con su mirada anterior –como demuestran Deprisa, deprisa (1981), un regreso al mundo de la delincuencia juvenil, o Maratón (1992), un nuevo documental ortodoxo como Cuenca, en este caso sobre las Olimpiadas de Barcelona- y sacando partido de su gusto por la música, el director encauzará su trabajo hacia distintas formas de cine de ensayo, generalmente de tema flamenco, entre el documental y la ficción, que arranca con Bodas de sangre (1981) y que llega a la reciente Flamenco, flamenco (2010), pasando por Carmen (1983), El amor brujo (1986) o Flamenco (1995), entre otras, y sin olvidar ramificaciones hacia otros géneros, como testimonian Tango (1998), Fados (2007) o Io, Don Giovanni (2009). Obra esta última que no oculta, por otro lado, otra veta de reflexión en su trabajo, como son los claroscuros del siglo de las luces, tal como vemos ya en Llanto por un bandido (1964) o en Goya en Burdeos (1999).
Una obra tan fecunda admite múltiples enfoques; su trayectoria se sitúa entre la modernidad de una continua experimentación y la toma de postura ante la tradición cultural, muchas veces hispana, que no sólo incorpora explícitamente a Goya o Buñuel –recordemos Buñuel y la mesa del rey Salomón (2001)-, sino también a Juan de la Cruz –La noche oscura (1989)-, las crónicas de Indias –El Dorado (1988)-, la recreación de Garcilaso o Calderón –Elisa, vida mía (1977)- o el teatro de la Guerra Civil –con la exitosa ¡Ay, Carmela! (1990)-.
Javier Gurpegui