Premio CIUDAD DE HUESCA
29ª Edición
2001
Aunque no es, desde luego, una de sus facetas más conocidas, les puedo asegurar que Juanjo Puigcorbé juega muy bien al fútbol. O, al menos, eso es lo que me pareció a mí cuando lo conocí, un verano de 1984, en un campo de tierra de Sos del Rey Católico. Fue durante el rodaje de “La vaquilla”. Muchos sábados, los actores y los figurantes disputábamos unos tremendos partidos a cara de perro. Y Juanjo era un imponente centrocampista, elegante y versátil, que disfrutaba mucho jugando al fútbol. Parecía Guardiola.
Por esa época, Juanjo arrastraba ya un notable prestigio como actor y director de teatro en los escenarios catalanes. Llevaba ocho años en la profesión, después de haber abandonado los estudios de Física y Filosofía y Letras y haber sido alumno del Instituto del Teatro de Barcelona, una auténtica cantera de estupendos intérpretes. Pero para los aficionados al cine, Juanjo era un actor buenísimo que se desnudaba en “La orgía”, aquella comedia de Bellmunt que tanto nos divirtió a los adolescentes de finales de los setenta.
Mi devoción por él hizo que lo echara mucho de menos en el resto de la década de los ochenta. Nunca lo vi en el teatro y, en general, el cine español desaprovechaba sus portentosas facultades en personajes y películas que casi nunca lo merecían. Pero, a partir de los años noventa, hay que admitir que los fans nos hemos puesto las botas. Sólo en esa década Juanjo rodó unas 25 películas y varias series de televisión, lo que, casi con total seguridad, debe constituir un récord.
Si, en un fin de semana, yo tuviera que convencer a alguien que no lo conociera de lo formidable actor que es Juanjo Puigcorbé, le enseñaría algunos trabajos para mí memorables: “Mi hermano del alma”, “Todos los hombres sois iguales”, “El amor perjudica seriamente la salud”, “El dedo en la llaga” y algún episodio de las series de “Pepe Carvalho” y “Un chupete para ella”. Eso sería suficiente para enamorar a cualquiera.
Una de esas películas, “El dedo en la llaga”, una coproducción entre España y Argentina, la vi en Buenos Aires, en la primavera de 1996, en un cine abarrotado de espectadores que vibraban de entusiasmo durante la proyección. Creo que es algo que nunca le he contado a Juanjo: en varias ocasiones los espectadores celebraron con una ovación algunos de sus duelos interpretativos con Karra Elejalde. Al acabar la película, muchos argentinos me preguntaban quién demonios era ese rubio que tanto les había fascinado. Yo les dije que era amigo mío. Pocas veces me he sentido tan orgulloso de un actor español.
Como actor de comedia, en sus diversas variantes, Juanjo es un número uno, un superdotado en el endiablado arte de hacer reír. Posee la precisión, la eficacia, el desparpajo y el irresistible encanto de los grandes comediantes. Pero también puede resultar muy convincente en el drama y sumamente inquietante como intérprete del género negro. Si se lo propone, transmite una humanidad, una cercanía y un calor realmente conmovedores. No tiene ninguno de los defectos que muchas veces exhiben los intérpretes demasiado bregados en el teatro. Emociona con naturalidad, sin necesidad de alardes, hace sencillo lo difícil, es elegante y versátil, y se lo pasa muy bien haciendo su trabajo. Como cuando jugaba al fútbol.
Viendo trabajar a Juanjo Puigcorbé te puedes acordar de Cary Grant, James Stewart, Fernando Fernán Gómez o Robert Mitchum. Es decir, de los más grandes. Lo mejor, quizá, para definirle, será robarle a Billy Wilder las palabras que el director de “El apartamento” dijo sobre Jack Lemmon: “Es un tipo capaz de interpretar una comedia por la mañana, y a Shakespeare por la noche, dando al mediodía un concierto de piano”.
Luis Alegre