Premio CIUDAD DE HUESCA
28ª Edición
2000
Vi innumerables veces seguidas L’auca del senyor Llovet, día tras día, en el Poliorama barcelonés, tras haber conocido al Ventura director teatral gracias a El Knack y a un Bestiari que hizo época en Barcelona ¡Cuánto lamento que abandonara la escena para dedicarse exclusivamente al cine!, aunque así fue como en mayo de 1978 se abrieron de par en par en el cine Maldá de nuestra ciudad las cortinas para otro Pons ¿definitivo?
Si Terenci Moix bautizó con perspicacia el final de una época en su libro El día que murió Marilyn, “El día que murió Ocaña”, o José Pérez Ocaña, debiera ser el titular que extinguiera un período refulgente de la independencia , descaro y la creatividad en un país “Catalunya”, que no ha vuelto a ser jamás el mismo. A quien no vivió de cerca aquellos días de la primerísima transición le será imposible imaginar cuan cerca estuvo Barcelona de brillar como una antorcha histórica en todo: en artes plásticas, en cómic, en teatro autogestionado, en periodismo crítico, en innovación, en improvisación, y en una forma nueva e integradora de fiesta, la de “las Rambles”, las Vírgenes, los Altares, los Maquillajes y Tragedias de aquel personaje con sus acólitos, Camilo, Guillermo, Nazario, a los que sumar a Paco d’Alcoi y la sombra del amado Manolo. Aunque Ocaña murió, y murió encendido en su corta leyenda, Ventura Pons estuvo allí, atento para fijar en su Retrato Intermitente el testimonio de aquel sueño libertario, nunca más posible.
Bien que lo ha de lamentar Barcelona, aunque no lo sepa. Pero Ventura comenzó otra verdad personal, la de la pantalla que todo es y a la que, tras algunos titubeos en su derecho a conquistar paso a paso un lenguaje propio, ha acabado aportando una nueva versión de aquella Comedia Humana que, periódicamente, reaparece con los formatos distintos observadores de la humana condición, a veces risueños aunque parezcan serios (Eric Rohmer), a veces serios aunque parezcan risueños (Woody Allen) Desde que optó por consolidarse con un grupo coherente y diferente de films a cualquier otra experiencia cinematográfica anterior de cualquier lugar del mundo y de la historia, desde El perqué de tot plegat hasta Morir (o no), pasando por Actrius, Caricies y Amic/Amat, más lo que siga, el cine de Ventura Pons ha sido no solamente un recorrido de aprendizaje propio ¿qué cineasta que valga la pena no ha caminado junto a sus películas y a nosotros, creciendo en el intento?) sino un puntal único para un cine Catalán permanentemente “tocado” (aún no “hundido”, digan lo que digan los augures), al que ha estirado de la brida mientras esa Barcelona, que él y yo amamos tanto como Rosa Mª Sardá suspirando en lo alto de un terrado frente a Santa María del Mar, se ha sentido a sus anchas, la ingrata, viendo el paso del tiempo que en 22 años, desde que con la muerte de Ocaña creció y empequeñeció a ojos vista, se ha podido reconocer en los lugares, los personajes, los actores y los ojos –los oídos del amigo impertinente (a quien le resto el im., para se congruente).
El cine de Ventura Pons ha sido mi tiempo, amado y detestado a un tiempo. Para bien o para mal, mi vida. O la vida que, paralela, sigue siendo el escenario de las aucas inevitables, del aliento y del desaliento que nutre alientos. Su fuerza de voluntad acaba siendo otro espejo, el de quien mueve montañas. Pero en su caso, el parto de los montes fue nacimiento de muchos espejos y, en cada uno de ellos, hay lo que Ventura es y significa: felicidad y riesgo. En definitiva, Ventura es Aventura.
Alex Gorina