Premio CIUDAD DE HUESCA

26ª Edición

1998

Sostiene Manuel a primeros de año (su primer santo) que la mayoría de sus catedráticos y profesores de la Universidad eran unos burros a diferencia de sus maestros y profesores cuando era niño, a los que mucho les debe.

Sostiene Abelardo el segundo día del año (su segundo santo) que ingresó en el PCE por razones intelectuales más que por razones políticas. Que se dio de baja cuando les legalizaron porque también debía estar por morbo y que encontraba más dogmatismo en la Escuela de Cine que en otras partes, pero que él había ido a la Escuela para ver películas aunque jamás había leído ni una revista de cine.

En el tercer día del año, su cumple, apenas sabía quién era John Ford, sostiene Manuel Gutiérrez Aragón. Le costó hacer la carrera el doble de tiempo que a cualquier estudiante responsable, entre broncas y avisos de las superioridades.

Pues bien, este joven, entonces díscolo, pirolero, mal estudiante (de lo inútil) y rebelde, es hoy homenajeado y se le entrega el Premio "Ciudad de Huesca", no precisamente por los méritos de entonces sino por el rastro que después ha dejado en la reciente historia del cine español.

Los mismos profesores que le habían suspendido o le habían llamado la atención antaño, contaron con él como valioso colaborador, comenzando una filmografía personal, atípica y ejemplar. Comenzando con su primer cortometraje, El último día de la humanidad, presentado y premiado en Huesca. Su primer largometraje, una experiencia literario gastronómica con J. L. García Sánchez y Rosa León (Habla, mudita), su colaboración con J. L. Borau en Furtivos, que se extendería en su incursión y muestra del mundo juvenil de ideología fascista (Camada negra), supusieron el comienzo de una carrera original y variopinta, como esa parábola sobre la delación que fue Sonámbulos (1978) o la adaptación al revés de Joseph Comad a través de El corazón del bosque, en el mismo año, sobre la aventura del maquis. El mundo de Kafka, Peter Weiss y Walt Disney se mezclarían en Cuentos para una escapada (1979), coincidiendo con su puesta en la escena teatral de El proceso, consiguiendo a continuación dos éxitos en pantalla, Maravillas (1980), sobre el tema de la delincuencia juvenil en un universo mágico a nivel familiar y social, y Demonios en el jardín (1982).

El contenido antropológico de muchas de sus películas destaca en Feroz (1984), una profunda sobre la educación y naturaleza humana, realizando en el mismo año otra reflexión sobre los celos en La noche más hermosa, a la que siguieron la bellísima historia de La mitad del cielo (1986) y la personal Malaventura (1988), dando paso a una de las mejores adaptaciones de la obra de Cervantes en serie para televisión, El Quijote (1991).

Tras esta aventura y esfuerzo volvió al cine con El rey del río (1995) y la exposición de los problemas del pueblo cubano en Cosas que dejé en La Habana (1997), en la que nada en el género de la comedia crítica con amor, sin demagogia, con el sentimiento que se des- prende de saberse con ascendencia de aquel país.

El cine de Manuel Gutiérrez Aragón es un cine que, tras la apariencia de una estructura de tela de araña tan perfecta y hermosamente construida como la que hacen esos inquietantes animalillos, se refleja un compromiso y un respeto de las leyes de la narración cinematográfica.

Es decir, que nuestro homenajeado de este año es la demostración de que hacer cine no es cosa de saberse la lección de memoria, de pasar por el aro, de hacer la pelota o de tragar con todo. Hacer cine es otra cosa y hacerla como él, pocos. Como dicen entre los pucheros: Cocinero, se hace; asador, se nace.

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