Premio LUIS BUÑUEL

40ª Edición

2012

Se puede afirmar que Stephen Frears (Leicester, 1941) es un director de una enorme eficiencia, sin estigmas autorales rígidos, ni obsesiones genéricas, un cineasta todoterreno y de gran versatilidad. Un genuino profesional. Pero, haciendo una lectura más atenta de su larga trayectoria en cine y televisión, se devela una obra determinada por una constante reflexión sobre las relaciones humanas, lo sensual, lo sexual, la identidad y la transgresión. Basta hacer un rápido y resumido repaso. Su díptico compuesto por Mi hermosa lavandería (1985) y Sammy y Rosie se lo montan (1987) son dos de los retratos más lúcidos e incisivos de la Inglaterra multicultural de los años ’80 y de la administración Tatcher. Sus filmes noir Detective sin licencia (1971), La Venganza (1984) y Los timadores (1990) son extraordinarias piezas de género que cumplen con creces con la premisa de develar la corrupción ética de la sociedad contemporánea. Héroe por accidente (1992), Café irlandés (1993) y La camioneta (1996) son relatos sobre la extraordinaria cotidianidad de la clase trabajadora, llena de alegrías efímeras, de frustraciones insuperables y de un impulso vital que hace posible soportar cualquier carga. Las amistades peligrosas (1988), Mrs. Henderson presenta (2005) y La Reina (2006) son radiografías de una aristocracia de moral totalmente degradada y antojadizamente flexible, guiada por los instintos más básicos y enajenada por una mezcla de tedio y prepotencia. Además, Frears ha rodado dramas sociales como Chicos sangrientos (1979) o Liam (2000), un western contemporáneo como Hi Lo Country (1998), películas de época como Chéri (2009), comedias inglesas llenas de encanto como Tamara Drewe (2010) y, entre carias otras, esa piedra angular de la cultura indie llamada Alta Fidelidad (2000). Registros múltiples que jamás dejan de observar y que cuestionan sutilmente, suelen ser gestos transgresores. Sus personajes están al margen, lejos de la presunta normalidad que creemos que rige al mundo cotidiano.
Las escenas finales de Las amistades peligrosas y Chéri son ejemplares. En ellas, las protagonistas, en emocionantes primeros planos, frente a un espejo, se desmaquillan el rostro. Se enfrenta a su imperfecta belleza, a la imposibilidad de ser felices, al destino sutilmente trágico, al paso del tiempo, a la fragilidad y a la ambigüedad ética a la que está condenado el ser humano. Quizá la intención más profunda de Frears sea esa: mostrar una humanidad sin maquillaje. Mejor, una humanidad desmaquillándose.

Andrés Laguna

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